Este artículo es una colaboración con el proyecto El Guiño Verde.
Uno de los objetivos de la escuela, quizás el más importante, es contribuir a mejorar el mundo. Que lo que aprenda el alumnado repercuta en su entorno más cercano. No sirve de mucho acumular saberes sin transferencia al mundo real, a la vida cotidiana. Por eso los aprendizajes basados en la experiencia directa son más significativos que otros más alejados de la realidad.
Muy a su pesar, la escuela transcurre las más de las veces por una suerte de Mundos de Yupi, universos paralelos de síntesis en los que el libro de texto fagocita a la realidad hasta límites insospechados, y la trocea en compartimentos estancos correspondientes a las materias del currículo.
Sin embargo, los saberes están conectados, y el conocimiento es globalizado; la realidad no está compartimentada.
Esto se hace especialmente patente en lo que se refiere al conocimiento del entorno. A nadie se le escapa que para aprender sobre el medio natural, lo mejor es salir y sumergirse en él en vez de reproducir la realidad en una ficha en papel.
Por otra parte, también debemos aprovechar lo aprendido para cuidar y mejorar la naturaleza. Eso hace de la escuela algo útil, en relación con el ecosistema en que se encuentra.
En la antigua Grecia, los filósofos de la escuela peripatética charlaban y debatían con los alumnos mientras paseaban, intentando dar explicación a cuestiones importantes sobre ciencia y naturaleza.
El Guiño Verde es una apuesta por esa forma de aprender. Bajo el simple lema de que el movimiento se demuestra andando, las experiencias de los distintos colegios que se recogen en este blog tienen todas un nexo en común: hacer de este planeta un lugar mejor, a través del respeto y el conocimiento de la naturaleza. Ya sea investigando en el bosque o en la costa, recogiendo residuos en la playa o etiquetando los árboles del patio del colegio. Y luego, devolviendo al entorno, a la sociedad, el valor añadido de lo que hemos aprendido.
Y eso lo intentamos todos en nuestros centros con grandes dosis de curiosidad, de asombro y de atención ante los fenómenos naturales. Con o sin tecnología, con más o menos recursos. Lejos de los oropeles y los fuegos artificiales de la innovación mal entendida.
En ese paseo estamos, alimentados por la curiosidad, la duda y el contraste de perspectivas, de saberes conectados. Por una escuela peripatética.