Era agradable despertar en Florencia, abrir los ojos en una clara y desmantelada habitación, con el suelo de baldosas rojas que parecía limpio aunque no lo estaba, con un techo donde rosados grifos y azules amorcillos jugaban en un bosque de amarillos violines y fagotes. Era agradable también precipitarse holgadamente a las ventanas, pillarse los dedos en desconocidos cerrojos, salir al sol exterior resplandeciente con bellas colinas y árboles y marmóreas iglesias enfrente, y, muy cerca, en la parte baja, el Arno, murmurando contra la orilla de la carretera.
Edgar Morgan Forster: Una habitación con vistas.